LAURA SEGURA: CUANDO LO NATURAL LLENA EL VACÍO

Semíramis González

Del 17 de diciembre al 6 de marzo 2022

Sala Ático. Palacio de los Condes de Gabia

Debemos a las mujeres de la Bauhaus el reconocimiento actual que tiene el trabajo con el tejido y especialmente con el hilo, el proceso mismo del textil, que fue recuperado por, entre otras, Anni Albers. Sin embargo, para la moderna escuela de diseño las aportaciones de las mujeres, como casi siempre suele ocurrir, fueron relegadas como un trabajo femenino, es decir, consideradas artes menores. Desde entonces hasta ahora hemos visto cómo esta categorización se mantenía y no ha sido hasta hace poco cuando el trabajo artesanal ha adquirido un mayor reconocimiento. Como ya señalaba la profesora Griselda Pollock, la definición social de determinados procesos y técnicas, considerados tradicionalmente femeninos, «afecta a la evaluación de lo que hacen las mujeres, incluso hasta el punto de que las artistas y sus temas se convierten en sinónimos».

Partiendo de aquellos años 30, hemos presenciado también una transformación en la relación que mantenemos con nuestro entorno natural y la huella que dejamos en el planeta. Así, la utilización de materiales orgánicos ha ido apartando a los industriales, más dañinos. No obstante, esto que se propone como una novedad es algo que las artistas llevan realizando décadas, preocupadas desde antaño por esa huella en el entorno, en el paisaje, y cómo lo vivo entra en contacto directo con la experiencia de cada una. Lo es de manera elocuente en trabajos como las Siluetas de Ana Mendieta, que ya preludiaban ese impacto que nuestros cuerpos dejan en la naturaleza y que se alejaban de la asepsia y frialdad del arte minimal, muy en auge entonces en Nueva York. Frente al artista alejado de su proceso, absolutamente conceptual, las artistas abogaron por un arte con el que mancharse, del que empaparse y donde lo orgánico era protagonista.

Decían con ironía las Guerrilla Girls que una de las ventajas de ser una mujer artista es que «tu carrera profesional puede repuntar cumplidos los ochenta años» (1989), y para muestra un botón: 70 años tenía Louise Bourgeois cuando el MoMA de Nueva York reconoció su figura y le dedicó una exposición individual. Rigurosa y fiel a su trabajo, la artista permaneció en el anonimato convencida en que sus telas y sus hilos tenían mucho más que decir de lo que el sistema le reconocía. Para Laura Segura (Pedrera, 1985) Bourgeois es toda una inspiración, y no es para menos: ambas comparten esa fidelidad a un estilo propio que no busca un reconocimiento explícito sino la honestidad en el proceso y el resultado. Ya en trabajos anteriores Segura ha aludido a esta influencia fundamental en su trabajo, pero lo hace con una estética propia. Así, sus proyectos anteriores abordan nuestro lugar como individuos en un contexto actual convulso y la relación que mantenemos con nuestro entorno, desde algo tan directo como la sala de exposiciones.

Hay una búsqueda constante por la identidad del yo en cada trabajo de Segura, en los que alude con frecuencia al vacío, pero sin caer en conjeturas místicas, sino apostando por una preferencia existencialista: ese vacío es ahora un lugar de recogimiento, es contenedor de vida y conecta con el origen, con la raíz. Según el mito de la tribu Potawatomi sobre el nacimiento de la Tierra, fue la Mujer Celeste la que, del vacío, descendió para, uniéndose a los elementos naturales, crear el resto de la Tierra; una comunión equilibrada que partía de la nada para convertirse en refugio, en lugar para la vida. Es interesante este mito de la creación, que no tiene parangón en los de las religiones monoteístas; aquí es una mujer la creadora y el vacío tiene un sentido en la creación misma, se convierte en un elemento indispensable para que esta ocurra.

Segura es una artista de procesos, donde es tan importante lo que vemos en esta exposición, Desenvuelto

de la envoltura, como el desarrollo de cada uno de los elementos que tenemos delante, su realización previa. Así, las decenas de hilos que componen sus obras son elaborados artesanalmente por la artista a partir de sumergir hilo de algodón en cera de abeja y pigmento natural. La utilización de materiales naturales nos sitúa en el lugar de lo simbólico, aludiendo de nuevo a esas artistas que han apostado por la cercanía de lo orgánico, por tocar las obras y formar parte esencial en su elaboración.

La inmensa extensión de hilos que conforman las obras de la exposición implica, asimismo, un ritual procesual para su realización, donde la repetición es constante, construyendo uno a uno cada centímetro de hilo, dándole forma, dándole color. Esta letanía alude también a la historia personal de la artista, que recuerda a su madre y a su abuela cuando trabaja así. La idea de repetición era protagonista cuando ambas mujeres cosían, pasando el hilo por la tela con la aguja una y otra vez. De nuevo, en esos espacios íntimos de trabajo constante las mujeres han encontrado lugares de evasión, a menudo menospreciados como artes menores pero que han sido caldo de cultivo de pequeñas revoluciones. Justamente eran el hilo y la aguja los que permitían a los esclavos en América bordar mensajes para sus compañeros explicando cómo escapar.

Además, en el proceso de creación del hilo para las obras en la sala de exposiciones, un zumbido constante nos traslada a ese lugar meditativo, absorto, alejado de la realidad que ha permitido imaginar mucho más que lo evidente. Para entender mejor este proceso un vídeo nos muestra cómo se realizó cada hilo, a modo de ruptura temporal del presente (la exposición misma) y situándonos en el pasado (en la elaboración), porque el conjunto de lo que vemos tiene una dimensión cronológica más allá de lo que simplemente se presenta en la sala.

En este sentido, Segura hace un ejercicio de apertura absoluta al público, mostrando no sólo este proceso sino las herramientas de las que se sirve para el resultado final, como agujas e instrumentos de costura y un telar de gran tamaño, dispuestos en la pared. Esta alusión, nuevamente, a elementos naturales como la madera, se conforman como un proyecto conjunto que se materializa en la exposición pero cuyo eje central continuo es la cercanía con los elementos no artificiales.

Asimismo, y si bien lo que nos encontramos en la sala es la representación de dos círculos, uno en forma de gran esfera y otro como circunferencia en la pared, hay otros elementos invisibles, pero que adquieren protagonismo, como son las texturas y, en especial, el olfato. En el entramado que conforma la gran esfera se mezclan de manera irregular estos hilos diversos en su forma pero unidos aquí, creando una textura de gran tapiz, profundamente orgánica, casi viva. El olfato, por su parte, es el gran protagonista, ocupando todo el espacio y trasladándonos a otros lugares más allá del cubo blanco. Nada más abstracto que el olfato, que no puede representarse ni verse pero que inunda todo el volumen del espacio. Al igual que hace Laura Segura en Desenvuelto de la envoltura, otros artistas han apelado al sentido del olfato como un elemento esencial en el arte contemporáneo. El caso más paradigmático es el del brasileño Ernesto Neto, en cuyas instalaciones de gran formato utiliza ganchillo, especias, piedras de diferentes orígenes… Son obras que se mueven entre la escultura y la arquitectura con el fin de ser sentidas, atravesadas y olidas por el público. Si antes aludíamos a ese minimal frío y aséptico, estas obras son una respuesta al neutro de Nueva York con lo orgánico de Brasil, una obra que está viva y que puede sentirse de muchas formas. De la misma manera, las piezas de Laura Segura buscan ser, de alguna manera, habitadas, invitando a quien mira a experimentar la obra con su cuerpo y sus sentidos. Ese habitar la obra es, también, una alusión a ese vacío como posibilidad, como espacio para el recogimiento y la paz. No se trata de un vacío como ausencia sino como presencia, como entidad en sí mismo. Hay incluso algo provisional en todo el display expositivo, en esa confusión de distintos momentos creativos que se recogen a la vez, como si hubiéramos parado el proceso en determinado momento y, una vez que acabe la exposición, todo siguiera su cauce y continuara su sentido, con más

hilos, con más esferas, con más volumen, con más texturas. Como señala el filósofo francés Jacques Rancière en una entrevista, «los artistas visuales se apropiaron del espacio intermedio que separa las imágenes producidas por las palabras de las imágenes producidas por la mano o la máquina»; justamente esto vemos en Desenvuelto de la envoltura, ese espacio entre dos momentos donde la mano y la máquina son fundamentales pero, donde sobre todo, es el resultado el que otorga sentido a la obra final.

La obsesión con materiales naturales y la fuerte carga simbólica que estos albergan va de la mano de referencias metavisuales en el trabajo de Segura; si aludíamos antes a ese vacío con sentido propio, nuestro papel como espectadores cumple también una función de acabar lo inacabado. Aquí el vacío está cargado de densidad.

Ya en trabajos anteriores suyos la artista hacía una apuesta por unas obras donde la acción del público es esencial, invitando a quien mira a explorar el tacto, el color y el olor de las obras, que no dejan nunca de aludir al mundo natural, que sí percibimos con todos nuestros sentidos. En este caso, tanto la esfera como la circunferencia parecen dialogar en un espacio donde la experiencia corporal del lugar está viva, se siente con el olfato, con el tacto, con la vista. Si algo tenemos claro es que el trabajo de Segura se palpa espacial, sensorial, táctil y visualmente.

El diálogo que el trabajo de Segura establece con otras creadoras contemporáneas se percibe también en su formalización. Así, artistas como la americana Sheila Hicks han estado trabajando en torno a la idea del hilo como una posibilidad espacial, instalativa. Al igual que lo que vemos en la sala, Hicks se interesa por el tejido por su capacidad cromática, algo que no nos extraña si pensamos que se formó con Anni Albers. Esto es interesante cuando abordamos el trabajo de Segura en esta exposición, y es el desplazamiento de los límites pictóricos que son, ahora, llevados a otro lugar, en este caso a la instalación y casi la escultura. El cromatismo es uno de los grandes protagonistas de esta muestra, un color rojo intenso, natural, profundamente poderoso en su forma. Más allá de malabarismos espectaculares, Segura hace una apuesta por lo sensitivo del hecho mismo de la obra, de la interpretación final del espectador que acude a la sala.

Esta exposición de Laura Segura es, en su sentido más ontológico, una propuesta que enlaza con la idea misma del arte como lugar para la expansión, como definiría la crítica norteamericana Rosalind E. Krauss, que señalaba que la obra cobra sentido cuando «sustituye la idea de la obra de arte como un organismo por su imagen como estructura». La obra escultórica ya no es dependiente aquí no sólo de un innecesario pedestal, sino que revela su condición esencialmente nómada, que se desdibuja en su sentido al abarcar lo procesual y lo pictórico, como ya hemos señalado. La misma Krauss hablaba de la «pérdida de lugar» de la escultura expandida cuando se mostraba en la sala más allá de su lugar original de concepción. En las obras de Laura Segura vamos más allá y nos situamos ante la total autonomía de las piezas, capaces de revelar, sin tapujos, sus procesos y orígenes, que convierten el espacio expositivo en ese lugar intermedio que veíamos antes; un lugar que paraliza el tiempo de ejecución de las obras y nos sumerge en su sentido más literal y temporal, el presente, el tiempo debido mientras se desarrolla la exposición.

Si es este vacío el que parece ocupar un espacio tan tangible como las obras, ambos se fusionan en una muestra de la relevancia tanto de lo que vemos como de lo que no. La ausencia de la escultura y la presencia de la instalación, la mezcla palpable en las obras entre natural y cultural, revela un trabajo de profundización en la materia y su sentido por parte de la artista que requiere de un conocimiento profundo y preciso de lo que se va a realizar. Para entendernos: nada de lo que Segura propone en esta exposición es casual ni arbitrario, más bien está atravesado por la complejidad misma del hecho

instalativo sin dejar atrás las percepciones sensoriales, más allá de las visuales, que cada obra transmite. Las obras y su olor, su forma, su textura y su volumen nos trasladan más allá de la sala de exposiciones y nos permiten asomarnos al proceso de elaboración. Si analizamos con un sentido crítico la importante aportación de Desenvuelto de la envoltura, no podemos alejarnos de la comprensión que lo matérico tiene en su relación directa con lo natural. Al final, como si de un continuum se tratase, ambas cosas están unidas en un hilo fino que las vincula y que nos sitúa como espectadores de unas obras que, si bien se enseñan en el cubo blanco, están también, espacialmente, en el lugar de lo natural. Forma, color, textura, olor… todo está organizado para hacernos vislumbrar un vacío lleno de materia, para conectarnos con el pigmento natural, con la cera de abeja, con la tierra misma. En este proyecto Laura Segura nos vuelve a confirmar que, en su trabajo, sabe hilar fino.